Desde México
Publicado el lunes 10 de febrero de
2014, en la sección Imagen del Diario de Yucatán.
Jorge Luis Hidalgo Castellanos
Caminar en el centro de la capital
mexicana es una experiencia. Lo era hace 600 años con los mexicas o hace cuatro
siglos en la época virreinal española. Doscientos años atrás, en los albores de
la independencia y seguramente lo fue en la efervescencia revolucionaria de la
segunda década del siglo XX. Deambular por esa parte de la ciudad de México hace
cincuenta años no era cualquier cosa y en la actualidad su actividad siempre
sorprende, para bien o para mal. Así lo ha sido a lo largo del tiempo.
La cotidianeidad de vivir o trabajar
en el centro de la metrópoli mexicana –entre los ejes 1 oriente, 1 poniente, 1
norte y Av. Chapultepec, en el sur- podría hacer que varias cosas pasen
desapercibidas, entre ellas la arquitectura de sus edificios, entre los que se
cuentan palacios, templos, museos, teatros, comercios, mercados, plazas y
parques, cantinas, restaurantes y taquerías, oficinas -gubernamentales y
privadas-. El bullicio y la velocidad de la vida urbana a veces no permiten
siquiera ver hacia arriba para conocer y reconocer la belleza de las
construcciones. La prisa y las preocupaciones de los citadinos impiden notar el
detalle de los zaguanes y pórticos de las vetustas edificaciones o incluso de
algunos modernos o recientemente erigidos edificios. Se va a lo que se va.
Las calles, estrechas, adoquinadas y
caóticas -algunas- muestran
tantas cosas que es imposible ver todo lo que en
ellas pasa. Puede verse a vendedores,
merolicos, transeúntes y “transas”, policías y ladrones, parejas de novios -incluso
del mismo sexo-, acróbatas, payasos, abogados, cantantes y músicos, poetas, darkies y punkies, políticos, ejecutivos, banqueros y diplomáticos. Todos
juntos, sin que ellos mismos se vean, en una muchedumbre inagotable y agitada siempre.
Andar esas calles y detenerse de vez
en cuando para contemplar el paisaje urbano y a su gente llena el “tour” de
cualquier persona. Se puede encontrar casi de todo. Siendo niño o adolescente
se le ve con ojos de curiosidad y para un adulto representa mucho en términos
históricos, políticos, económicos e incluso religiosos. Allí está la mayor
plaza de la nación, el Zócalo, al que algunos llaman la Plaza de la
Constitución. En su flanco oriental se ubica el poder central, representado por
el Palacio Nacional, sede del Presidente de la República, conocido también como
el Poder Ejecutivo (no olvidar que en el centro también despachan varios
secretarios de Estado). Y en el lado norte del zócalo está el mayor templo
religioso mexicano, la catedral metropolitana, con el que solo podría competir
la basílica de nuestra señora de Guadalupe.
Caminar del zócalo hacia el
poniente, por las aceras de la calle Cinco de Mayo, se desemboca al Palacio de
Bellas Artes, al que se llega atravesando una gran avenida conocida por décadas
como San Juan de Letrán, que corre de sur a norte y a la que la modernidad –y
algún político inspirado- cambió el nombre por Eje Central Lázaro Cárdenas.
El Palacio de las Bellas Artes es la
catedral artística del país,
con su arquitectura neoclásica europeizada, tiene museos,
galerías y teatro que merece una descripción aparte. Desde su frontón puede
verse -como evitarlo- lo que durante quince años, a partir de 1956, fue el rascacielos más alto
de América Latina y que por ello y por la aseguradora que lo financió lleva el
nombre del subcontinente, la Torre Latinoamericana. Edificio de 204 m de altura
que destaca en el primer cuadro de la ciudad de México. Prodigio de la
ingeniería civil mexicana, la tecnología usada en ella ha demostrado en más de
medio siglo que funciona, resistiendo al menos dos terremotos.
A un costado de Bellas Artes,
continuando hacia el oeste, la Alameda Central es digna de visitarse.
Recientemente remozada -después de décadas-, con sus jardines y añejos árboles
saneados, conserva una atmósfera única que permite rememorar la historia, las
tradiciones y los sabores de México. Es su parque central, con viejos álamos,
fresnos y jacarandas cuyas sombras refrescan la primavera del altiplano
mexicano, a los que desde noviembre de 2012 se añadieron lavandas que perfuman
las esculturas grecolatinas, bancas, fuentes y quiosco que transportan a quien la recorre a otro siglo. Fue
establecida en 1592 por un virrey de la Nueva España y se le considera el
parque más antiguo de América. Era, en el siglo XVII, el límite urbano
occidental de la capital del virreinato. Su costado poniente servía como “quemadero”
de la Inquisición novohispana. La Alameda Está rodeada de sitios históricos,
como las iglesias de la Santa Vera Cruz, la de San Hipólito y la de San Juan o
el Hotel de Cortés -el primero del continente-. El hemiciclo a Benito Juárez se
destaca en su lado sur por la blancura del mármol de Carrara, lugar preferido
de manifestantes sociales y políticos, a los que la estatua de Beethoven,
donada por la comunidad alemana en 1921, observa sin escuchar quizá pensando en
su “heroica” sinfonía.
Esto es solamente un breve y corto
recorrido de parte de lo que puede verse en el centro de una de las ciudades
más grandes y grandiosas del mundo, que los mexicanos tienen la fortuna de
tener en su país. Falta, ciertamente, describir mucho de sus calles e incluir
muchas muestras artísticas, histórica y cotidianas de esta parte de México. Al
tiempo.
Copyright 2014. Hidalgo© Texto
& Fotos.
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