lunes, 7 de abril de 2014

Mayas


Desde México

Omnipresentes mayas

Publicado el 7 de abril de 2014, en la sección Imagen del Diario de Yucatán

Jorge Luis Hidalgo Castellanos

Imposible no sentirse orgulloso, como ser humano, cuando se aprecian objetos y conceptos como los que se encuentran en los vestigios de las civilizaciones antiguas. Evocan grandeza y recuerdan la capacidad que tenemos para construir, innovar, crear y hacer de éste un mundo mejor. Ayuda a reflexionar acerca de lo que somos.

La exposición “Mayas, revelación de un tiempo sin fin” inaugurada en diciembre de 2013 es un claro ejemplo de ello. No es precisamente una muestra de grandes objetos, algunos de hecho son miniaturas, pero el significado que cada una de ellas tiene es inmenso por lo que transmite al contemplarlas. Estelas, vasijas, figurillas de barro, máscaras, esqueletos, dinteles, códices, estatuas y joyas de jade y oro forman parte de  la selección de casi 500 piezas –más de 100 inéditas, provenientes de cinco países- que abarcan desde el periodo pre clásico temprano (2500 a.C.) a la actualidad y que componen la muestra que aloja temporalmente un palacio virreinal español en la urbe que llegó a ser conocida en el mundo, precisamente como la Ciudad de los Palacios.



La exhibición se presenta en la Galería del Palacio Nacional, ubicada en el ala norte del segundo piso del primoroso edificio que ha sido sede de toda la vida del Poder Ejecutivo mexicano. Ahí despacha el Presidente y algunos de sus secretarios de Estado. Los curadores de la muestra la dividieron en nueve salas que el visitante recorre sin sentir, absorto y en un ambiente que le transporta al sureste y sur de México y a la bella Centroamérica, cuna de los mayas, donde por todos lados emergen sus ancestrales construcciones y donde viven todavía con lenguas y tradiciones.


Cualquier semejanza con el Museo Nacional de Antropología e Historia, el Museo de la  Cultura Maya en Chetumal, Quintana Roo, el más reciente Gran Museo del Mundo Maya en Mérida, en nuestro Yucatán o el del Popol Vuh y Miraflores en Guatemala es natural, pues de eso se trata, de traer a la ciudad de México parte de los tesoros mayas y mejor todavía, llevarlos a otras partes del mundo puesto que “Mayas, revelación de un tiempo sin fin” se presentará a mediados del año en Brasil y posteriormente en Europa. Sudamericanos y visitantes extranjeros del Mundial de futbol podrán apreciar este tesoro y vestigios de uno de los antecedentes de ese deporte, más difícil todavía, el “juego de pelota”, en el que de seguirse sus reglas haría que los corazones de Messi, Cristiano Ronaldo y Neymar se ofrendaran a Kukulkán, la serpiente emplumada, el omnipotente dios maya.  

La última sala de la exposición refleja el mundo maya actual, con textiles, artesanías y objetos de uso cotidiano. Incluye un inmenso cuadro realizado por Leonora Carrrington que retrata la concepción maya del mundo, en lo religioso, político y social y el sincretismo con otras culturas.  La muestra “Mayas, revelación de un tiempo sin fin” es fruto de la colaboración del Instituto Nacional de Antropología en Historia (INAH) con otras áreas del gobierno mexicano y de algunos centroamericanos. La entrada a la muestra es gratuita, durante toda la semana con excepción de los lunes, de 10:00 a 17:00 horas.

Para llegar al Palacio Nacional, donde la exposición estará hasta fines de abril de 2014, se puede caminar desde diversos puntos o tomar el metro y descender en la estación Zócalo de la línea 2 (azul). Se emerge del subterráneo –el inframundo maya- a la Plaza de la Constitución, el zócalo de todos los mexicanos, una de las mayores explanadas en el mundo, para tener la primera impresión: la del Palacio Nacional y la catedral metropolitana, joyas en sí mismas de la arquitectura universal. A partir de allí, todo es arte. Disfruten México.H


Copyright 2014. Texto & Fotos. Hidalgo©

lunes, 24 de marzo de 2014

Metro

Desde México

Buen metropolitano

Jorge Luis Hidalgo Castellanos

Publicado el lunes 24 de marzo de 2014 en la sección Imagen del diario de Yucatán.


Probablemente requiera de mejoras –como todo en esta vida–, entre ellas su mantenimiento y dotarlo de aire acondicionado, pero el  sistema de tren metropolitano (metro) de la ciudad de México es un buen sistema de transporte urbano.


Lo anterior cobra relevancia en estos días en los que el Sistema de Transporte Colectivo (STC) del Distrito Federal –nombre oficial del metro– ha venido siendo cuestionado por complicaciones en una de sus líneas, mismas que van más allá de lo que este tipo de transporte es y lo que representa en el mundo.

Cuando se compara al metro con otros trenes metropolitanos en el orbe y se parte de la premisa de que sirve a una de las cinco mayores ciudades del planeta, es cuando cobra importancia y se le reconoce su dimensión, cobertura, calidad, diseño, servicio, precio y hasta color. Desde hace décadas, es un orgullo para todos los mexicanos, no solamente para los capitalinos puesto que muchos de los residentes en los otros estados de la República lo usan cuando visitan el Distrito Federal (DF) por motivos de trabajo, de estudios o para hacer turismo.

El metro puede llevarle a casi todas partes de la ciudad y más allá porque sirve a varios puntos de la zona que rodea a la gran ciudad y conecta a sus usuarios con otros sistemas de transporte, incluyendo el tren ligero o suburbano. De hecho, una gran parte de los más de 4.5 millones de sus usarios diarios viven en el Estado de México, entidad que rodea a la capital, quienes trabajan o estudian en diversos lugares de la ciudad. De oriente a poniente y de norte a sur o transversalmente, las doce líneas del metro cruzan México y hacen de la ciudad un gran tablero geográfico por cuyas vías eléctricas corren los trenes, originalmente anaranjados, que lo identifican.


La primera línea se inauguró en septiembre de 1969, después de dos años de haberse iniciado su construcción y en la actualidad suman 12, con 195 estaciones repartidas y que juntas tienen 250 km de doble vía. Sus trenes, de tecnología francesa –iguales al metro de París- e importados originalmente son fabricados en el estado de Hidalgo, cerca de la capital, por ingenieros y obreros mexicanos. Un detalle de estos trenes es que además de ruedas metálicas también cuenta con neumáticos, distinguiéndolo de otros metros de las grandes capitales por su silencioso recorrido, con excepción de las líneas A y 12 que cuentan solo con ruedas metálicas.

Pero un sistema de transporte como este requiere de atención de toda índole, por lo que las autoridades del DF, de quien depende administrativa y jurídicamente el metro, emplean a más de 14 mil mexicanos quienes trabajan en diversas áreas y turnos, durante las 24 horas de todos los días del año para que los usuarios puedan transportarse en casi 450 trenes, de hasta 9 vagones cada uno, desde las cinco de la mañana hasta la medianoche. En promedio el metro recorre 45 millones de km al año, y su estación de menor afluencia recibe más de 100 mil pasajeros. La más concurrida ve pasar en sus andenes más de 44 millones de personas anualmente y en total, el metro mueve más de 1,600 millones de pasajeros. Imagínese que el metro mexicano transporta en un año a toda la población de China y de Estados Unidos.

Por si fuera poco, sus líneas subterráneas, superficiales y elevadas permiten al usuario recorrerlas todas con el precio de un solo boleto, cuyo costo es equivalente a menos de 50 centavos de dólar. Otras ciudades del mundo cobran por distancia y la tarifa más barata es de un dólar. Los metros de Londres, Nueva York, Singapur, Moscú, Viena, Tokio, Sao Paulo, Madrid y Bangkok pueden ser muy buenos, pero el metro del DF puede unirse a ese grupo, sin duda ni timidez alguna.


Una ciudad del tamaño de la de México no funcionaría si no contara con el metro. Los millones de personas que lo utilizan, pese a las incomodidades de la multitud y el calor que genera, respiran un aire menos enrarecido que si no existiera el metro puesto que siendo eléctrico no contamina. Esto es ya en sí mismo una ventaja para todos y por ello debemos cuidar nuestro buen metro.H


Copyright 2014. Texto. Hidalgo©

lunes, 10 de marzo de 2014

Ardillas

Desde México


Publicado el lunes, 10 de marzo de 2014 en la sección Imagen del Diario de Yucatán.

Jorge Luis Hidalgo Castellanos

En general, las grandes ciudades en el mundo tienen más cemento que plantas. Muchos más edificios que jardines y mayor cantidad de centros comerciales que de parques. A veces porque los gobiernos o sus diseñadores urbanos no incluyen áreas verdes y muchas otras porque los habitantes no cuidamos las pocas zonas existentes.

Con los escasos parques viene poca fauna silvestre porque la doméstica suele abundar. Nada mejor que un parque para pasear al perro. Pero los animales que viven en las áreas verdes dentro de las ciudades son pocos, al menos en la ciudad de México. Corrección: en la mayor parte de la capital. La fauna se reduce a pájaros –sobre todo palomas y pichones-, insectos, mariposas y muchos roedores, en particular ratones y ratas. Quiere ver más animales, pues vaya al zoológico.

Lo anterior no es fácil de comprenderse en ciudades pequeñas donde sus habitantes todavía tienen la dicha de que la naturaleza –y la menor cantidad de edificaciones- permita que todavía esté presente una mayor variedad de fauna. Ver volar aves grandes y mariposas, diferentes insectos u observar caminar a pequeños mamíferos en donde uno vive es una bendición, sobre todo para los niños, pero en las megaciudades es solamente una leyenda urbana.

Por ello, cuando se va a uno de los pocos parques (proporcionalmente a su tamaño) que hay en la mayor ciudad de América Latina y se descubre que en sus árboles hay varios tipos de pequeñas aves trinando y además, ¡sorpresa! ardillas trepando en los troncos y ramas de los pinos, fresnos y jacarandas, no siempre se da crédito. Hay niños y jóvenes en esta ciudad que solo han visto una ardilla  en  revistas, libros o en el zoo.

La afirmación puede sonar simplista, pero demuestra una realidad en ciudades de gran tamaño y un ejemplo que no debe ser seguido por las capitales de los estados de la República, que todavía son manejables, tranquilas y cuentan con lugares en los que la naturaleza predomina. Los estándares a seguir en estas localidades deben ser los que las urbes desarrolladas y bien diseñadas tienen. Aquellas ciudades que exigen a los constructores y desarrolladores inmobiliarios no un mínimo de áreas verdes sino una proporción ideal a la construida para que exista armonía arquitectónica y urbana además de bienestar para la población. Estas medidas aportan bienestar también a la fauna “silvestre de la ciudad”.      

En varios continentes tenemos ejemplos de ello, comenzando por el área geográfica en la que México se localiza, además de Europa, Asia, Oceanía y África. Los urbanistas conocen bien las mejores prácticas en la materia y son quienes pueden influir en quienes toman las decisiones.

Hacer de las buenas prácticas y políticas en el urbanismo una costumbre coadyuva a que todos vivamos bien y puede contribuir a contrarrestar fenómenos globales como el calentamiento del planeta y el cambio climático, temas que atañen a la población de todo el mundo, la que habita las grandes ciudades y la que está en pequeños pueblos o villas.

De ahí la importancia de poder ver ardillas en los parques de la ciudad de México, un lugar en el que hasta hace una década no ofrecía esa posibilidad en la mayoría de sus jardines y hace todavía un poco más los pajarillos llegaron a morir por la contaminación ambiental.

Junto a los niños que corren, patinan y gritan sin preocuparse, en una urbe mal comprendida, también las ardillas juegan, recorren verticalmente los troncos y buscan bellotas en los árboles de los parques de la capital, sin que nadie las moleste. Al menos eso se ve en los de Polanco.H

Copyright 2014. Texto & Fotos. Hidalgo©




lunes, 24 de febrero de 2014

Diamantes

Desde México


Publicado el 24 de febrero de 2014, en la sección Imagen del Diario de Yucatán.

Jorge Luis Hidalgo Castellanos
             
En febrero (¿en qué otro mes?), en un apartado y sencillo lugar de México como hay muchos, comenzó un capítulo de la historia de una familia y de una región, gracias al amor y la dedicación de sus principales protagonistas, quienes se conocieron en un baile.

Ese año inició casi en fin de semana, un viernes, como anticipando que el Presidente de la República decretaría la desaparición de poderes en el estado de Guerrero, donde vivía la pareja, pero la decisión política no hizo menguar la voluntad y menos el amor de los jóvenes, que coincidió con el nacimiento, en ese mismo mes pero en EE UU, de quien sería un reconocido artista internacional.

Con la ayuda de su amigo el padre Gregorio, él, había pedido la mano de Mari, pocas semanas antes. Se trataba de evitar que su enérgico y celoso padre la enviara a un internado en la capital de otro estado y obviamente, perderla, quizá para siempre. Cómo Frida Kahlo en ese año, cuando se le fue a México.

La boda fue temprano para poder salir a tiempo de la cañada ubicada entre las montañas del sur, a bordo de una pequeña aeronave al mediodía, rumbo a la ciudad de México. La luna de miel sería en Guadalajara, en el año en que John Ronald Reuel Tolkien publicó los dos primeros libros de la saga de “El señor de los anillos” (“la comunidad del anillo”, en el primer semestre y “las dos torres”, en el segundo).

En esos días aún nadie se imaginaba que en julio Alemania ganaría su primer mundial de Fútbol, en Suiza, al vencer a la favorita selección húngara. Quizá el casamiento era premonitorio, pues a él, trabajador incansable, le decían cariñosamente “el húngaro” debido a su oficio. Menos todavía podía preverse que en Brasil, al cual la pareja se uniría familiarmente por partida doble -por las bodas de sus hijos décadas después- se conocería el suicidio de su presidente, Getulio Vargas, el 24 de agosto y que cuatro días después se fundaría el Club de Fútbol Universidad de México -los Pumas- en la que los cinco hijos del matrimonio estudiarían diversas carreras.

Los quince primeros años, con las correspondientes vicisitudes, le dieron a la pareja tres retoños, un empleo federal a él, liderazgo en su pueblo a ella y un negocio establecido a la familia: un cine. Él había llevado ya cientos de películas a las montañas con su cine ambulante, al estilo gitano y manejando un yip todo terreno. Finalmente tenía un salón para exhibirlas y viajaría menos.  

Festejaron sus bodas de plata en 1979 con una fiesta en su casa, al lado del cine -en el que trabajaba toda la familia- y con todos los hijos celebrando con baile. Una semana antes Jimmy Carter había estado en México y más tarde el Sha de Irán y Somoza en Nicaragua huirían de sus respectivos países. Al año siguiente, el 24 de octubre un terremoto destruyó el 80% de los pueblos de su región, incluyendo el cine, el negocio familiar. Parecía la ruina.

Tres años después, en febrero también, el cine abrió sus puertas con un nuevo salón construido bajo el diseño, la dirección y las manos del hijo mayor, ya ingeniero a la sazón. Deudas, compromisos, esperanza y fe dieron el “clack” de la pizarra para el siguiente episodio de la saga, con la exhibición de “Sin miedo a la muerte” estelarizada por Clint Eastwood. Sonaba a su lema, puesto que él nunca sentía temor y jamás reclamaba. Renacía el negocio y el único entretenimiento para todo público en esa cañada olvidada.

Otro mundial de fútbol, en 1986, terminaría con la bonanza del cine, cuando las antenas parabólicas aparecieron en los pueblos para ver los partidos y las videocaseteras caseras para disfrutar las películas. El cine decayó una vez más, herido de muerte. Los siguientes veinte febreros fueron conmemorados discretamente, unidos en familia.

La madura pareja continuó, apoyándose en ella, profesora de una secundaria pública. Afortunadamente ya no había hijos pequeños y éstos se ayudaban entre ellos. El 40º aniversario de casados estaría precedido de un levantamiento zapatista en el sur profundo, con el subcomandante Marcos al frente y resistiría una crisis económica en su país provocada por el “error de diciembre”. Las bodas de Oro llegaron y pasaron casi sin sentirse, como el primer año de casados, pero con cuatro hijos viviendo lejos de ellos y un negocio que no lo era más.   

Un mal día él, que era tan fuerte como un roble y nunca se quejó, sufrió un infarto cerebral. Pronto ella se jubiló, con diabetes y algún otro achaque, para dedicarse enteramente a él, bajo los cuidados de sus hijos.

Juntos, siempre unidos, recuerdan frecuentemente a 1954, el año en el que Elvis Presley grabó su primer disco, semanas antes de su boda en Guerrero, celebrada pocos días después de que John Travolta, viera la luz en Nueva Jersey. La pareja cumple ahora sesenta años de vida en común, en los que han vivido alegrías, congojas, sorpresas, enfermedades, abundancia, pobreza, limitaciones, bienestar y muchos obstáculos, casi de todo. Pero sobre todo, amor.

Ella, amena y platicadora, le prodiga mimos diariamente, como desde hace seis décadas, independientemente de la suerte. Él, señorial y de vivos ojos pese a haber tenido otros derrames que lo debilitaron, todavía sonríe al verla y le balbucea “Preciosa” cuando los músculos de sus labios lo permiten. Conmemoran así, este 27 de febrero, juntos como siempre, sus Bodas de Diamante. ¡Lo festejan en familia! aunque él se excuse de bailar.

El pueblito donde se casaron hace sesenta años recuerda, asimismo, a la pareja “de cine” que le dio vida a una familia, a la cañada y a una parte de la propia historia de ésta, en un recóndito lugar en las agrestes y atrayentes montañas del sur de México.H


Copyright 2014.  Hidalgo© Texto.     prisionesrosan los 'es, hoces, radones, hoces, palos o tubos se imaginaban que habia fiesta.Todo arios los obligaban a cavar, gr

lunes, 10 de febrero de 2014

Centro

Desde México

Publicado el lunes 10 de febrero de 2014, en la sección Imagen del Diario de Yucatán.

Jorge Luis Hidalgo Castellanos
                

Caminar en el centro de la capital mexicana es una experiencia. Lo era hace 600 años con los mexicas o hace cuatro siglos en la época virreinal española. Doscientos años atrás, en los albores de la independencia y seguramente lo fue en la efervescencia revolucionaria de la segunda década del siglo XX. Deambular por esa parte de la ciudad de México hace cincuenta años no era cualquier cosa y en la actualidad su actividad siempre sorprende, para bien o para mal. Así lo ha sido a lo largo del tiempo.

La cotidianeidad de vivir o trabajar en el centro de la metrópoli mexicana –entre los ejes 1 oriente, 1 poniente, 1 norte y Av. Chapultepec, en el sur-  podría hacer que varias cosas pasen desapercibidas, entre ellas la arquitectura de sus edificios, entre los que se cuentan palacios, templos, museos, teatros, comercios, mercados, plazas y parques, cantinas, restaurantes y taquerías, oficinas -gubernamentales y privadas-. El bullicio y la velocidad de la vida urbana a veces no permiten siquiera ver hacia arriba para conocer y reconocer la belleza de las construcciones. La prisa y las preocupaciones de los citadinos impiden notar el detalle de los zaguanes y pórticos de las vetustas edificaciones o incluso de algunos modernos o recientemente erigidos edificios. Se va a lo que se va.

Las calles, estrechas, adoquinadas y caóticas -algunas- muestran
tantas cosas que es imposible ver todo lo que en ellas pasa. Puede verse a  vendedores, merolicos, transeúntes y “transas”, policías y ladrones, parejas de novios -incluso del mismo sexo-, acróbatas, payasos, abogados, cantantes y músicos, poetas, darkies y punkies, políticos, ejecutivos, banqueros y diplomáticos. Todos juntos, sin que ellos mismos se vean, en una muchedumbre inagotable y agitada siempre.

Andar esas calles y detenerse de vez en cuando para contemplar el paisaje urbano y a su gente llena el “tour” de cualquier persona. Se puede encontrar casi de todo. Siendo niño o adolescente se le ve con ojos de curiosidad y para un adulto representa mucho en términos históricos, políticos, económicos e incluso religiosos. Allí está la mayor plaza de la nación, el Zócalo, al que algunos llaman la Plaza de la Constitución. En su flanco oriental se ubica el poder central, representado por el Palacio Nacional, sede del Presidente de la República, conocido también como el Poder Ejecutivo (no olvidar que en el centro también despachan varios secretarios de Estado). Y en el lado norte del zócalo está el mayor templo religioso mexicano, la catedral metropolitana, con el que solo podría competir la basílica de nuestra señora de Guadalupe. 

Caminar del zócalo hacia el poniente, por las aceras de la calle Cinco de Mayo, se desemboca al Palacio de Bellas Artes, al que se llega atravesando una gran avenida conocida por décadas como San Juan de Letrán, que corre de sur a norte y a la que la modernidad –y algún político inspirado- cambió el nombre por Eje Central Lázaro Cárdenas.

El Palacio de las Bellas Artes es la catedral artística del país,
con su arquitectura neoclásica europeizada, tiene museos, galerías y teatro que merece una descripción aparte. Desde su frontón puede verse -como evitarlo- lo que durante quince años,  a partir de 1956, fue el rascacielos más alto de América Latina y que por ello y por la aseguradora que lo financió lleva el nombre del subcontinente, la Torre Latinoamericana. Edificio de 204 m de altura que destaca en el primer cuadro de la ciudad de México. Prodigio de la ingeniería civil mexicana, la tecnología usada en ella ha demostrado en más de medio siglo que funciona, resistiendo al menos dos terremotos.

A un costado de Bellas Artes, continuando hacia el oeste, la Alameda Central es digna de visitarse. Recientemente remozada -después de décadas-, con sus jardines y añejos árboles saneados, conserva una atmósfera única que permite rememorar la historia, las tradiciones y los sabores de México. Es su parque central, con viejos álamos, fresnos y jacarandas cuyas sombras refrescan la primavera del altiplano mexicano, a los que desde noviembre de 2012 se añadieron lavandas que perfuman las esculturas grecolatinas, bancas, fuentes y quiosco que transportan a  quien la recorre a otro siglo. Fue establecida en 1592 por un virrey de la Nueva España y se le considera el parque más antiguo de América. Era, en el siglo XVII, el límite urbano occidental de la capital del virreinato. Su costado poniente servía como “quemadero” de la Inquisición novohispana. La Alameda Está rodeada de sitios históricos, como las iglesias de la Santa Vera Cruz, la de San Hipólito y la de San Juan o el Hotel de Cortés -el primero del continente-. El hemiciclo a Benito Juárez se destaca en su lado sur por la blancura del mármol de Carrara, lugar preferido de manifestantes sociales y políticos, a los que la estatua de Beethoven, donada por la comunidad alemana en 1921, observa sin escuchar quizá pensando en su “heroica” sinfonía.




Esto es solamente un breve y corto recorrido de parte de lo que puede verse en el centro de una de las ciudades más grandes y grandiosas del mundo, que los mexicanos tienen la fortuna de tener en su país. Falta, ciertamente, describir mucho de sus calles e incluir muchas muestras artísticas, histórica y cotidianas de esta parte de México. Al tiempo. 

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martes, 4 de febrero de 2014

Chipiloc

Desde México


Publicado el 3 de febrero de 2014 en la sección imagen del Diario de Yucatán.

Jorge Luis Hidalgo Castellanos
                
La fría mañana de los primeros días de enero contrastaba con la claridad que daban los rayos de un sol que golpeaba cálidamente los portales del pueblito, frente a la iglesia. El aroma de café se percibía en el ambiente y algunas voces decían algo, a primera oída, ininteligible. La pareja decidió entrar a la cafetería, sencilla y semivacía mientras esperaba a sus amigos. Habían quedado de encontrarlos ahí mismo. Después de revisar brevemente la carta pidieron un café latte y un cappuccino acompañado de pan caliente con nata fresca. El también pidió mantequilla.

Mientras esperaban, su conversación se centró, tras el vistazo del lugar al llegar, en cómo había cambiado el lugar en los últimos veinte años, cuando habían pasado por ahí. De ser un lugar pequeño y vecino de la capital del estado –a menos de 15 km– pasó a casi ser una colonia de la ciudad. Sin embargo, su población no sobrepasa los 5,000 habitantes y continua siendo eminentemente agropecuaria. Población conocida por criar vacas, producir leche y derivados lácteos de todo tipo, incluso con una marca propia reconocida a nivel nacional desde hace décadas, sin embargo su origen, su gente y tradiciones son poco conocidas en el país.

Ella comenzó diciendo que la nata y el capuchino le habían recordado Parma donde había pasado algunos días apenas unos años antes con Francesca, una amiga italiana. Él añadió que la gente del lugar había llegado originalmente en 1882, del norte de Italia, de una región del Véneto en las márgenes del río Piave que corre hacia el mar Adriático y que había sido afectada por las inundaciones.

–Llegaron más de 500 italianos en esa época y con arduo trabajo convirtieron en vergel esta zona de apenas 600 hectáreas. –Siguió narrando él, para añadir–. Eran terrenos que habían pertenecido a una hacienda ya abandonada, rodeada de varios pueblos autóctonos, favorecidos por el clima y el agua. No era muy diferente de su tierra original y tampoco se enfrentaron al trópico como en Brasil. La idea del gobierno era traer a muchas familias europeas, pero los problemas internos de la República evitaron mayor inmigración italiana.

La conversación en la mesa de al lado les llamó la atención. Era en un idioma que en principio sonaba a italiano, pero había palabras extrañas. Ella recordó que en la zona de Venecia, en las costas italianas del Adriático se habla un idioma local conocido como véneto, que incluso también usa todavía parte de la población de la antigua Dalmacia –ahora Eslovenia y Croacia–, frente a la península italiana. Y comentó:

–Se dice que esta gente ha conservado intacto el idioma de sus ancestros, como minoría étnica en este país. Parece ser que no deriva del italiano sino directamente del latín.

Después de sorber un trago de su café con leche, el hombre asintió.

–Así es. Y al parecer también se ha mantenido más original que en la propia Venecia. Me recuerda al idioma que hablan los menonitas que los distingue y a la vez los aísla. Bueno y otro rasgo similar es que son tan trabajadores cuanto ese grupo. Todos los días, desde temprano están laborando en sus granjas y en los campos de alfalfa.


–Sí. Son muy rutinarios y siguen siendo muy religiosos, ya ves la iglesia que está aquí enfrente, al pie del cerrito. –Agrego él-. Por otra parte se ve que los alimentos y la gastronomía son muy a la europea. ¿Leíste la carta? hay varios tipos de pasta, pizzas y hasta polenta. No en balde todos los restaurantes que pasamos tienen nombres italianos y deben ofrecer comida deliciosa.

–Ya me imagino. –dijo ella –. Si este pan y la nata están tan sabrosos no puedo esperar a comer un espagueti o una lasaña. Y los quesos, vi que hay ahumados, curados, frescos y…

Jorge Lavazzi detuvo su pick up frente a la iglesia y junto con Fabia Orlansino cruzó la calle. Entraron a la cafetería y saludaron.

–¡Buon Giorno! ¡Bienvenidos a Chipilo! –dijo alegremente Jorge con característico acento al ver a sus amigos –. ¿Qué tal el cafecito? 

La pareja sonrió asintiendo y se levantó para saludar a los recién llegados.

–Que puntuales son. Justo acabamos de terminar este excelente café estilo italiano. –Le respondió él–. O mejor dicho: chipileño.

–Pues vámonos, subiremos al Monte Grappa primero, el cerro que está aquí enfrente. Sí, se llama igual que el de Italia. Ahí el bisabuelo defendió con sus paisanos el pueblo. Derrotaron a los zapatistas que querían tomar la ex hacienda de Chipiloc, sus víveres y sus mujeres, precisamente en enero, pero de 1917. Fue un acto heroico en Puebla. Hay varios lugares que visitar en este pueblito y muchas cosas que contar además de comer. El día es precioso. ¡Qué gusto verlos amigos!


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lunes, 27 de enero de 2014

Zoológico

Desde México


Publicado el lunes, 27 de enero de 2014 en la sección Imagen del Diario de Yucatán.

 Jorge Luis Hidalgo Castellanos
                
La ciudad de México puede enorgullecerse de muchas cosas, pero una de las más emblemáticas sin duda alguna es el Zoológico de Chapultepec. El nombre viene del parque urbano en la capital mexicana cuyo nombre deriva de dos palabras en náhuatl (uno de los idiomas mexicanos): chapolin que significa saltamontes (chapulín para los mexicanos) y tépetl, cerro o monte. Chapultepec es el cerro del chapulín y qué mejor lugar para un zoológico.

Establecido un poco después de terminada la Revolución Mexicana, en 1924 el biólogo Alfonso Luis Herrera lo inauguró para solaz no solamente de los capitalinos sino de todo los mexicanos puesto que fue el primer zoológico de la República y en el que se podían apreciar hasta 243 especies de animales silvestres de México y el mundo, inicialmente pensado en mostrar la fauna local y preservarla dada la gran biodiversidad mexicana. En 1945 se le dio el nombre de su fundador. En la década de los 90 se llevaron cabo obras de remodelación que modernizaron el parque y lo organizaron en secciones bioclimáticas: desierto, pastizales, franja costera, bosque templado y bosque tropical. Es el zoológico más antiguo de Latinoamérica, si bien se creó 170 años después del de Shonbrunn en Viena.

Hace casi un siglo, claro está, el país tenía una población que apenas llegaba a los 15 millones de habitantes y nadie se podía imaginar una megalópolis como lo que hoy en día es la zona metropolitana de la ciudad de México, cuya población rebasa ya los 20 millones de personas y lo que tiene como uno de sus resultados el número de visitantes al año al zoológico, calculado en más de 5.5 millones, con la mayoría arribando durante los fines de semana para recorrer sus 17 hectáreas en la primera sección del Bosque de Chapultepec. 

El zoo de Chapultepec fue diseñado a principios de los años 20 siguiendo el modelo del Jardín Zoológico de Roma, que era parte del Museo de Zoología de la Comuna de Roma. El “giardino” es conocido en la actualidad como Bioparco en la ciudad eterna.

Administrativamente el parque depende de la Dirección General de Zoológicos y Vida Silvestre del gobierno del Distrito Federal, encargada de otros dos zoológicos en la capital mexicana. Está dividido en secciones bioclimáticas y cuenta con especies endémicas de la cuenca del Valle de México como el ajolote o Axolutl (Ambystoma mexicanum), un anfibio único en el mundo. Existen programas de actividades educativas para los niños y exposiciones interactivas, que cada seis meses cambian, sobre el medio ambiente, la fauna y las especies en peligro de extinción, algo fundamental para una población urbana que tiene poco contacto con la naturaleza. Algunas actividades como las denominadas “Azoómate” y “Zoorpréndete” están enfocadas a la sensibilización de los habitantes de la mayor ciudad de México para aprender a convivir con la naturaleza, comprender a la fauna y principalmente protegerla para su preservación.

El zoológico tiene un mariposario y un herpetario que por sus propias características deben contar con cuidados específicos que implican costos extraordinarios. Por ello, si bien la entrada al zoo es gratuita, el ingreso a estas dos áreas del parque tienen un costo mínimo –alrededor de 40 pesos o 3 dólares-, brindando la posibilidad a los niños y adultos de conocer el desarrollo de una mariposa y poder ver la transformación de una crisálida, es decir, el nacimiento de una mariposa.

En diciembre de 2013, inició un programa de intercambio de animales silvestres con el zoológico de Higashiyama, ubicado en Nagoya, cuyo alcalde viajó desde Japón para lanzar el programa en Chapultepec y sumarse a los que se tienen con otros países. Por cierto, dado que fue en México donde por primera vez se concibió y nació un oso panda en cautiverio, fuera de China, también se tienen lazos con ese otro gigante asiático.

En los recientes meses la cigüeña ha traído nuevos huéspedes al zoológico, como un orix Gemsbuck, un ocelote y las dos jirafitas, que pesaron cada una solo 50 kg al nacer. Los niños tienen la oportunidad de ponerle nombres.

Para ir a este zoológico puede tomarse el metro y bajar en la estación Chapultepec de la línea 1 (color de rosa) o en la del Auditorio de la línea 7 (anaranjada) y de allí caminar. Otra manera es ir por el Paseo de la Reforma, fabulosa avenida –quizá la más bella de la ciudad- en coche, taxi o autobús, incluso el Turibús le deja allí. Pero si quiere también puede ir en bicicleta, patines, patineta o simplemente a pie. Los domingos una parte del boulevard está cerrada al tránsito vehícular.

Vivir en la capital de México brinda la oportunidad de ir a Chapultepec, uno de los pulmones de una de las más grandes ciudades del mundo, pero si usted no tiene ese privilegio, cuando viaje al Distrito Federal no deje de visitar  el zoológico de Chapultepec, uno de los primeros en el mundo. Lo disfrutará.H



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